Domingo XXVI semana del tiempo ordinario.
Am 6,1a.4-7
Sal 145
1 Tim 6,11-16
Lc 16,19-31
19Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.
20Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas,
21y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
22Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado.
23Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno,
24y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la
punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas
llamas”.
25Pero Abrahán le
dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a
su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres
atormentado.
26Y, además, entre
nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran
cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de
ahí hasta nosotros”.
27Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre,
28pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.
29Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.
30Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
31Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».