Habéis hecho de la casa de Dios una «cueva de bandidos»

Viernes de la XXXIII semana del tiempo ordinario

Lc 19,45-48

45 Después entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, 46 diciéndoles: «Escrito está: “Mi casa será casa de oración”; pero vosotros la habéis hecho una “cueva de bandidos”».

47 Todos los días enseñaba en el templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él, 48 pero no sabían qué hacer, porque todo el pueblo estaba pendiente de él, escuchándolo.

¿Si reconocieras lo que conduce a la paz?

Jueves de la XXXIII semana del tiempo ordinario

Lc 19,41-44

41 Al acercarse y ver la ciudad, lloró sobre ella, 42 mientras decía: «¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos. 43 Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, 44 te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita».

¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco?

Presentación de la Bienaventurada Virgen María

Miércoles de la XXXIII semana del tiempo ordinario

Lc 19,11-28

11 Mientras ellos escuchaban todo esto, añadió una parábola, porque él estaba cerca de Jerusalén y pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida. 12 Dijo, pues: «Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. 13 Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles: “Negociad mientras vuelvo”. 14 Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras de él una embajada diciendo: “No queremos que este llegue a reinar sobre nosotros”. 15 Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno.

16 El primero se presentó y dijo: “Señor, tu mina ha producido diez”. 17 Él le dijo: “Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades”. 18 El segundo llegó y dijo: “Tu mina, señor, ha rendido cinco”. 19 A ese le dijo también: “Pues toma tú el mando de cinco ciudades”. 20 El otro llegó y dijo: “Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, 21 porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado”. 22 Él le dijo: “Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? 23 Pues ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”. 24 Entonces dijo a los presentes: “Quitadle a este la mina y dádsela al que tiene diez minas”. 25 Le dijeron: “Señor, ya tiene diez minas”. 26 “Os digo: al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. 27 Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a reinar sobre ellos, traedlos acá y degolladlos en mi presencia”».

28 Dicho esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.

El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

Martes XXXIII del tiempo ordinario

Lc 19,1-10

Lc19 1 Entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. 2 En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico,3 trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. 4 Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. 5 Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». 6 Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento. 7 Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». 8 Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». 9 Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. 10 Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

¿Qué quieres que haga por ti? Señor, que recobre la vista.

Lunes XXXIII del tiempo ordinario

Lc 18,35-43

35 Cuando se acercaba a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. 36 Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; 37 y le informaron: «Pasa Jesús el Nazareno». 38 Entonces empezó a gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». 39 Los que iban delante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». 40 Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: 41 «¿Qué quieres que haga por ti?». Él dijo: «Señor, que recobre la vista». 42 Jesús le dijo: «Recobra la vista, tu fe te ha salvado». 43 Y enseguida recobró la vista y lo seguía, glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios.

Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos

Domingo XXXIII del tiempo ordinario

Mc 13,24-32

24 En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, 25 las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán.26 Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; 27 enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.28 Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; 29 pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta. 30 En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. 31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 32 En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre.

Dios hará justicia a sus elegidos que claman ante él

Sábado de la XXXIII semana del tiempo ordinario.

Lc 18,1-8

Lc18 1 Les decía una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer. 2 «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. 3 En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. 4 Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, 5 como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”». 6 Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; 7 pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? 8 Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

El reino de Dios está en medio de vosotros

Jueves de la XXXIII semana del tiempo ordinario.

Lc 17,20-25

20 Los fariseos le preguntaron: «¿Cuándo va a llegar el reino de Dios?». Él les contestó: «El reino de Dios no viene aparatosamente, 21 ni dirán: “Está aquí” o “Está allí”, porque, mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros». 22 Dijo a sus discípulos: «Vendrán días en que desearéis ver un solo día del Hijo del hombre, y no lo veréis. 23 Entonces se os dirá: “Está aquí” o “Está allí”; no vayáis ni corráis detrás, 24 pues como el fulgor del relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día. 25 Pero primero es necesario que padezca mucho y sea reprobado por esta generación.

¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?

Miércoles de la XXXIII semana del tiempo ordinario.

Lc 17,11-19

11 Una vez, yendo camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. 12 Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos 13 y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». 14 Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. 15 Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos 16 y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un samaritano. 17 Jesús, tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? 18 ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?». 19 Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».