Se puso en pie, increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma

Martes de la XIII semana del tiempo ordinario.

Mt 8,23-27

23 Subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. 24 En esto se produjo una tempestad tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía. 25 Se acercaron y lo despertaron gritándole: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». 26 Él les dice: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?». Se puso en pie, increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma. 27 Los hombres se decían asombrados: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar lo obedecen?».

Anda, tu hijo vive

Lunes de la IV semana de Cuaresma.

Jn 4,43-54

43 Después de dos días, salió Jesús de Samaría para Galilea. 44 Jesús mismo había atestiguado: «Un profeta no es estimado en su propia patria». 45 Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta.

46 Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. 47 Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. 48 Jesús le dijo: «Si no veis signos y prodigios, no creéis». 49 El funcionario insiste: «Señor, baja antes de que se muera mi niño». 50 Jesús le contesta: «Anda, tu hijo vive».

El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. 51 Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. 52 Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: «Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre». 53 El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia.

54 Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.

Creo, Señor, pero ayuda mi falta de fe

Lunes de la VII semana del tiempo ordinario.

Mc 9,14-29

14 Cuando volvieron a donde estaban los demás discípulos, vieron mucha gente alrededor y a unos escribas discutiendo con ellos. 15 Al ver a Jesús, la gente se sorprendió y corrió a saludarlo. 16 Él les preguntó: «¿De qué discutís?». 17 Uno de la gente le contestó: «Maestro, te he traído a mi hijo; tiene un espíritu que no lo deja hablar; 18 y cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda rígido. He pedido a tus discípulos que lo echen y no han sido capaces». 19 Él, tomando la palabra, les dice: «¡Generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo». 20 Se lo llevaron. El espíritu, en cuanto vio a Jesús, retorció al niño; este cayó por tierra y se revolcaba echando espumarajos. 21 Jesús preguntó al padre: «¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?». Contestó él: «Desde pequeño. 22 Y muchas veces hasta lo ha echado al fuego y al agua para acabar con él. Si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos». 23 Jesús replicó: «¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe». 24 Entonces el padre del muchacho se puso a gritar: «Creo, pero ayuda mi falta de fe». 25 Jesús, al ver que acudía gente, increpó al espíritu inmundo, diciendo: «Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: sal de él y no vuelvas a entrar en él». 26 Gritando y sacudiéndolo violentamente, salió. El niño se quedó como un cadáver, de modo que muchos decían que estaba muerto. 27 Pero Jesús lo levantó cogiéndolo de la mano y el niño se puso en pie.

28 Al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron a solas: «¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?». 29 Él les respondió: «Esta especie solo puede salir con oración».

Hace oír a los sordos y hablar a los mudos

Viernes de la V semana del tiempo ordinario. San Juan Bautista de la Concepción, presbítero, memoria libre en la diócesis de Córdoba.

Mc 7,31-37

31 Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. 32 Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. 33 Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. 34 Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, «ábrete»). 35 Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. 36 Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. 37 Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».