Lunes de la XXII semana del tiempo ordinario.
1 Tes 4,13-18
Sal 95
Lc 4,16-30
16Fue
a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su
costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura.
17Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
18«El Espíritu del
Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar
a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos,
la vista; a poner en libertad a los oprimidos;
19a proclamar el año de gracia del Señor».
20Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.
21Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
22Y todos le
expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que
salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?».
23Pero Jesús les
dijo: «Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz
también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en
Cafarnaún».
24Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo.
25Puedo aseguraros
que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo
cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo
el país;
26sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón.
27Y muchos leprosos
había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de
ellos fue curado sino Naamán, el sirio».
28Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos
29y, levantándose,
lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte
sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo.
30Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.