Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere

Miércoles de la IV semana de Cuaresma.

Jn 5,17-30

17 Jesús les dijo: «Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo». 18 Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no solo quebrantaba el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. 19 Jesús tomó la palabra y les dijo: «En verdad, en verdad os digo: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo, 20 pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que esta, para vuestro asombro. 21 Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. 22 Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo todo el juicio, 23 para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. 24 En verdad, en verdad os digo: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida. 25 En verdad, en verdad os digo: llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán. 26 Porque, igual que el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado también al Hijo tener vida en sí mismo. 27 Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre. 28 No os sorprenda esto, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: 29 los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio. 30 Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.

Al momento aquel hombre quedó sano

Martes de la IV semana de Cuaresma. San Francisco de Paula, ermitaño, conmemoración.

Jn 5,1-16

Jn51 Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. 2 Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, 3 y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos. 5 Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. 6 Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: «¿Quieres quedar sano?». 7 El enfermo le contestó: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado». 8 Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar». 9 Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar. Aquel día era sábado, 10 y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: «Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla». 11 Él les contestó: «El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”». 12 Ellos le preguntaron: «¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?». 13 Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío que había en aquel sitio, se había alejado. 14 Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: «Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor». 15 Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. 16 Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.

Anda, tu hijo vive

Lunes de la IV semana de Cuaresma.

Jn 4,43-54

43 Después de dos días, salió Jesús de Samaría para Galilea. 44 Jesús mismo había atestiguado: «Un profeta no es estimado en su propia patria». 45 Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta.

46 Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. 47 Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. 48 Jesús le dijo: «Si no veis signos y prodigios, no creéis». 49 El funcionario insiste: «Señor, baja antes de que se muera mi niño». 50 Jesús le contesta: «Anda, tu hijo vive».

El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. 51 Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. 52 Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: «Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre». 53 El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia.

54 Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.

Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido

Domingo de la IV semana de Cuaresma «Laetare».

Lc 15,1-3.11-32

Lc151 Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. 2 Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos».

3 Jesús les dijo esta parábola: 11 «Un hombre tenía dos hijos; 12 el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. 13 No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. 14 Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. 15 Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. 16 Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. 17 Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. 18 Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; 19 ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. 20 Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. 21 Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.

22 Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; 23 traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, 24 porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron a celebrar el banquete. 25 Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, 26 y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. 27 Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. 28 Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. 29 Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; 30 en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. 31 Él le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; 32 pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no

Sábado de la III semana de Cuaresma.

Lc 18,9-14

9 Dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: 10 «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. 11 El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. 12 Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. 13 El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. 14 Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».