Jesús, como Elías y Eliseo, no solo es enviado a los judíos

Domingo IV del tiempo ordinario.

Lc 4,21-30

21 Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». 22 Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». 23 Pero Jesús les dijo: «Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún». 24 Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. 25 Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; 26 sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. 27 Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio». 28 Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos 29 y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. 30 Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

Mis ojos han visto a tu Salvador

Sábado de la III semana del tiempo ordinario, fiesta de la Presentación del Señor.

Fiesta de la Presentación del Señor, llamada Hypapante por los griegos: cuarenta días después de Navidad, Jesús fue llevado al Templo por María y José, y lo que pudo aparecer como cumplimiento de la ley mosaica se convirtió, en realidad, en su encuentro con el pueblo creyente y gozoso. Se manifestó, así, como luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo, Israel (elog. del Martirologio Romano).

Lc 2,22-40

22 Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, 23 de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», 24 y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».

25 Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. 26 Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. 27 Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, 28 Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

29 «Ahora, Señor, según tu promesa, | puedes dejar a tu siervo irse en paz.

30 Porque mis ojos han visto a tu Salvador,

31 a quien has presentado ante todos los pueblos:

32 luz para alumbrar a las naciones | y gloria de tu pueblo Israel».

33 Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. 34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:

«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción 35 —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».

36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, 37 y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. 38 Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

39 Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. 40 El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.

Un hombre echa semilla y duerme, y la semilla va creciendo sin que él sepa cómo

Viernes de la III semana del tiempo ordinario.

Mc 4,26-34

26 Y decía: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. 27 Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. 28 La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. 29 Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».

30 Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? 31 Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, 32 pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra».

33 Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. 34 Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.