El otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro

Jueves, día III de la Octava de la Natividad del Señor

Jn 20,1a.2-8

Jn20 1 El primer día de la semana, María la Magdalena /…/ 2 echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». 3 Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. 4 Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; 5 e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. 6 Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos 7 y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. 8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

 

La Sagrada Escritura

Catecismo de la Iglesia Católica, números del 101 al 141.

I Cristo, palabra única de la Sagrada Escritura

Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas: «La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres».
A través de la sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien él se da a conocer en plenitud; por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo.
En la sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza, porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios.

II Inspiración y verdad de la Sagrada Escritura

Dios es el autor de la Sagrada Escritura. Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia.
Dios ha inspirado a los autores humanos de los libros sagrados. En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y solo lo que Dios quería.
Los libros inspirados enseñan la verdad. Como todo lo que afirman lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sin error la verdad que Dios quiere para salvación nuestra.
Sin embargo, la fe cristiana no es una «religión del Libro». El cristianismo es la religión de la «Palabra» de Dios, «no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo». Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas.

III El Espíritu Santo, intérprete de la Escritura

En la sagrada Escritura, Dios habla al hombre a la manera de los hombres. Por tanto, para interpretar bien la Escritura, es preciso estar atento a lo que los autores humanos quisieron verdaderamente afirmar y a lo que Dios quiso manifestarnos mediante sus palabras.
Para descubrir la intención de los autores sagrados es preciso tener en cuenta las condiciones de su tiempo y de su cultura, los «géneros literarios» usados en aquella época, las maneras de sentir, de hablar y de narrar en aquel tiempo.
Pero, la sagrada Escritura es inspirada, por lo que: «La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita» (DV 12,3).
El Concilio Vaticano II señala tres criterios para una interpretación de la Escritura conforme al Espíritu que la inspiró:

  1. Prestar una gran atención «al contenido y a la unidad de toda la Escritura».
  2. Leer la Escritura en «la Tradición viva de toda la Iglesia».
  3. Estar atento a la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total.

El sentido de la Escritura

Se pueden distinguir dos sentidos de la Escritura: el sentido literal y el sentido espiritual. La concordancia profunda de los cuatro sentidos asegura toda su riqueza a la lectura viva de la Escritura en la Iglesia.

El sentido literal. Es el sentido significado por las palabras de la Escritura y descubierto por la exégesis que sigue las reglas de la justa interpretación.


El sentido espiritual. Gracias a la unidad del designio de Dios, no solamente el texto de la Escritura, sino también las realidades y los acontecimientos de que habla pueden ser signos.

  1. El sentido alegórico. Podemos adquirir una comprensión más profunda de los acontecimientos reconociendo su significación en Cristo; así, el paso del mar Rojo es un signo de la victoria de Cristo y por ello del Bautismo (cf. 1 Cor 10, 2).
  2. El sentido moral. Los acontecimientos narrados en la Escritura pueden conducirnos a un obrar justo. Fueron escritos «para nuestra instrucción» (1 Cor 10, 11; cf. Hb 3-4,11).
  3. El sentido anagógico. Podemos ver realidades y acontecimientos en su significación eterna, nuestra Patria. Así, la Iglesia en la tierra es signo de la Jerusalén celeste.

IV El canon de las Escrituras

La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos Esta lista integral es llamada «canon» de las Escrituras. Comprende para el Antiguo Testamento 46 escritos, y 27 para el Nuevo.

El Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento es una parte de la sagrada Escritura de la que no se puede prescindir. Sus libros son divinamente inspirados y conservan un valor permanente (cf. DV 14), porque la Antigua Alianza no ha sido revocada.
En efecto, «el fin principal de la economía del Antiguo Testamento era preparar la venida de Cristo, redentor universal». «Aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros», los libros del Antiguo Testamento dan testimonio de toda la divina pedagogía del amor salvífico de Dios. Los cristianos veneran el Antiguo Testamento como verdadera Palabra de Dios.

El Nuevo Testamento

Su objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus obras, sus enseñanzas, su pasión y su glorificación; así como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo

En la formación de los evangelios se pueden distinguir tres etapas:

  1. La vida y la enseñanza de Jesús. Los cuatro evangelios, comunican fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos.
  2. La tradición oral.
  3. Los evangelios escritos. Los autores sagrados escribieron los cuatro evangelios.

La unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento

La Iglesia, siempre acogió la unidad del plan divino en los dos Testamentos gracias a la tipología. Esta reconoce, en las obras de Dios en la Antigua Alianza, prefiguraciones de lo que Dios realizó en la plenitud de los tiempos en la persona de su Hijo encarnado.
Los cristianos, por tanto, leen el Antiguo Testamento a la luz de Cristo muerto y resucitado. Por otra parte, el Nuevo Testamento exige ser leído también a la luz del Antiguo. La catequesis cristiana primitiva recurrirá constantemente a él. El Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo. La tipología significa un dinamismo que se orienta al cumplimiento del plan divino cuando Dios sea todo en todo.

V La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia

Es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor para la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual» «Los fieles han de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura»
El ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y, en puesto privilegiado, la homilía, necesita estar apoyada de la Escritura
La Iglesia «recomienda de modo especial e insistentemente a todos los fieles […] la lectura asidua de las divinas Escrituras.

No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre

Miércoles, día II de la Octava de la Natividad del Señor

Mt 10,17-22

17 Pero ¡cuidado con la gente!, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas 18 y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles. 19 Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, 20 porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. 21 El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán.

22 Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará.

Con Jesús en Belén

¡Buenos días con Jesús en Belén!
Dios en Jesús, ha asumido nuestra condición humana frágil, con todas sus debilidades y limitaciones, con todo nuestro pecado. Y Nos invita a acogerlo, para  darle Vida, Luz, Sentido a todo lo humano, valor de Eternidad a nuestra condicion terrena.

Que en este día de Navidad, recibamos a Dios en Jesús, y participemos de su Gracia, siendo hijos amados suyos.  Alimentémonos de Jesús en la Eucaristía, Presencia Viva de Dios que se quedó para siempre con nosotros, y llenemos nuestra alma de su Luz y de su paz.


FELIZ DÍA DE NAVIDAD.

El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

Misa de vespertina de la Vigilia de Navidad

Mt 1,1-25

Mt11Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. 2 Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos. 3 Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zará, Fares engendró a Esrón, Esrón engendró a Arán, 4 Arán engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, 5 Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed engendró a Jesé, 6 Jesé engendró a David, el rey. David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, 7 Salomón engendró a Roboán, Roboán engendró a Abías, Abías engendró a Asaf, 8 Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Jorán, Jorán engendró a Ozías, 9 Ozías engendró a Joatán, Joatán engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, 10 Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amós, Amós engendró a Josías; 11 Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia. 12 Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, 13 Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliaquín, Eliaquín engendró a Azor, 14 Azor engendró a Sadoc, Sadoc engendró a Aquín, Aquín engendró a Eliud, 15 Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Matán, Matán engendró a Jacob; 16 y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. 17 Así, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Cristo, catorce.

18 La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. 19 José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. 20 Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. 21 Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».

22 Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta: 23 «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”. 24 Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.

25 Y sin haberla conocido, ella dio a luz un hijo al que puso por nombre Jesús.


Misa de medianoche de Navidad, misa del Gallo

Lc 2,1-14

Lc21 Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. 2 Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. 3 Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. 4 También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, 5 para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. 6 Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto 7 y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.

8 En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. 9 De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. 10 El ángel les dijo: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: 11 hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. 12 Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». 13 De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: 14 «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».


Misa de la aurora de Navidad

Lc 2,15-20

15 Y sucedió que, cuando los ángeles se marcharon al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado».

16 Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. 17 Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. 18 Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. 19 María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. 20 Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.


Misa de Navidad

Jn 1,1-18

Jn11 En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.

2 Él estaba en el principio junto a Dios.

3 Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.

4 En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

5 Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

6 Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan:

7 este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

8 No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.

9 El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.

10 En el mundo estaba; | el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

11 Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.

12 Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.

13 Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, | ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

14 Y el Verbo se hizo carne y habi-tó entre nosotros, y hemos contem-plado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

15 Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».

16 Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.

17 Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.

18 A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Nos visitará el Sol que nace de lo alto

Lunes de la IV semana de Adviento

Lc 1,67-79

67 Entonces Zacarías, su padre, se llenó de Espíritu Santo y profetizó diciendo:

68 «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, | porque ha visitado y redimido a su pueblo,

69 suscitándonos una fuerza de salvación | en la casa de David, su siervo,

70 según lo había predicho desde antiguo | por boca de sus santos profetas.

71 Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos | y de la mano de todos los que nos odian;

72 realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, | recordando su santa alianza

73 y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán para concedernos

74 que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, | le sirvamos 75 con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.

76 Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, | porque irás delante del Señor a preparar sus caminos,

77 anunciando a su pueblo la salvación | por el perdón de sus pecados.

78 Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, | nos visitará el sol que nace de lo alto,

79 para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, | para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».