La Sagrada Escritura

Catecismo de la Iglesia Católica, números del 101 al 141.

I Cristo, palabra única de la Sagrada Escritura

Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas: «La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres».
A través de la sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien él se da a conocer en plenitud; por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo.
En la sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza, porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios.

II Inspiración y verdad de la Sagrada Escritura

Dios es el autor de la Sagrada Escritura. Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia.
Dios ha inspirado a los autores humanos de los libros sagrados. En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y solo lo que Dios quería.
Los libros inspirados enseñan la verdad. Como todo lo que afirman lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sin error la verdad que Dios quiere para salvación nuestra.
Sin embargo, la fe cristiana no es una «religión del Libro». El cristianismo es la religión de la «Palabra» de Dios, «no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo». Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas.

III El Espíritu Santo, intérprete de la Escritura

En la sagrada Escritura, Dios habla al hombre a la manera de los hombres. Por tanto, para interpretar bien la Escritura, es preciso estar atento a lo que los autores humanos quisieron verdaderamente afirmar y a lo que Dios quiso manifestarnos mediante sus palabras.
Para descubrir la intención de los autores sagrados es preciso tener en cuenta las condiciones de su tiempo y de su cultura, los «géneros literarios» usados en aquella época, las maneras de sentir, de hablar y de narrar en aquel tiempo.
Pero, la sagrada Escritura es inspirada, por lo que: «La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita» (DV 12,3).
El Concilio Vaticano II señala tres criterios para una interpretación de la Escritura conforme al Espíritu que la inspiró:

  1. Prestar una gran atención «al contenido y a la unidad de toda la Escritura».
  2. Leer la Escritura en «la Tradición viva de toda la Iglesia».
  3. Estar atento a la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total.

El sentido de la Escritura

Se pueden distinguir dos sentidos de la Escritura: el sentido literal y el sentido espiritual. La concordancia profunda de los cuatro sentidos asegura toda su riqueza a la lectura viva de la Escritura en la Iglesia.

El sentido literal. Es el sentido significado por las palabras de la Escritura y descubierto por la exégesis que sigue las reglas de la justa interpretación.


El sentido espiritual. Gracias a la unidad del designio de Dios, no solamente el texto de la Escritura, sino también las realidades y los acontecimientos de que habla pueden ser signos.

  1. El sentido alegórico. Podemos adquirir una comprensión más profunda de los acontecimientos reconociendo su significación en Cristo; así, el paso del mar Rojo es un signo de la victoria de Cristo y por ello del Bautismo (cf. 1 Cor 10, 2).
  2. El sentido moral. Los acontecimientos narrados en la Escritura pueden conducirnos a un obrar justo. Fueron escritos «para nuestra instrucción» (1 Cor 10, 11; cf. Hb 3-4,11).
  3. El sentido anagógico. Podemos ver realidades y acontecimientos en su significación eterna, nuestra Patria. Así, la Iglesia en la tierra es signo de la Jerusalén celeste.

IV El canon de las Escrituras

La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos Esta lista integral es llamada «canon» de las Escrituras. Comprende para el Antiguo Testamento 46 escritos, y 27 para el Nuevo.

El Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento es una parte de la sagrada Escritura de la que no se puede prescindir. Sus libros son divinamente inspirados y conservan un valor permanente (cf. DV 14), porque la Antigua Alianza no ha sido revocada.
En efecto, «el fin principal de la economía del Antiguo Testamento era preparar la venida de Cristo, redentor universal». «Aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros», los libros del Antiguo Testamento dan testimonio de toda la divina pedagogía del amor salvífico de Dios. Los cristianos veneran el Antiguo Testamento como verdadera Palabra de Dios.

El Nuevo Testamento

Su objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus obras, sus enseñanzas, su pasión y su glorificación; así como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo

En la formación de los evangelios se pueden distinguir tres etapas:

  1. La vida y la enseñanza de Jesús. Los cuatro evangelios, comunican fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos.
  2. La tradición oral.
  3. Los evangelios escritos. Los autores sagrados escribieron los cuatro evangelios.

La unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento

La Iglesia, siempre acogió la unidad del plan divino en los dos Testamentos gracias a la tipología. Esta reconoce, en las obras de Dios en la Antigua Alianza, prefiguraciones de lo que Dios realizó en la plenitud de los tiempos en la persona de su Hijo encarnado.
Los cristianos, por tanto, leen el Antiguo Testamento a la luz de Cristo muerto y resucitado. Por otra parte, el Nuevo Testamento exige ser leído también a la luz del Antiguo. La catequesis cristiana primitiva recurrirá constantemente a él. El Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo. La tipología significa un dinamismo que se orienta al cumplimiento del plan divino cuando Dios sea todo en todo.

V La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia

Es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor para la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual» «Los fieles han de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura»
El ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y, en puesto privilegiado, la homilía, necesita estar apoyada de la Escritura
La Iglesia «recomienda de modo especial e insistentemente a todos los fieles […] la lectura asidua de las divinas Escrituras.

Dios se revela al Hombre

Dios al encuentro del Hombre

Catecismo de la Iglesia Católica, números del 50 al 73.

El hombre, puede por la razón natural conocer a Dios, pero además, Dios en su designio salvador, ha querido “revelarse”, darse a conocer. Nos ha revelado su misterio, su designio benevolente, que estableció desde la eternidad en su Hijo Jesucristo y en el envío del Espíritu Santo.

Revelación de Dios:

Dios se nos revela, se da a conocer, para que los hombres seamos capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que podríamos con nuestras propias fuerzas.

Dios se revela mediante acciones y palabras, lo hace de forma pedagógica, comunicándose gradualmente al Hombre, culminando su revelación en su Hijo Jesucristo.

Etapas de la Revelación:

  1. Desde el origen: El génesis, nos muestra en sus primeros capítulos, la comunión de vida y amor que Dios quería establecer con el Hombre, creado a imagen y semejanza, Gn 1-2. La caída, el pecado original, y la sucesión de pecados posteriores, Gn 3 -4, no interrumpió su proceso revelador, ya que confirmó su promesa y esta siguió desarrollándose.
  2. La alianza con Noé: Gn 6-10 tras el diluvio, una nueva humanidad, una nueva creación en pluralidad de naciones, y diversidad de lenguas, narrada tras la Torre de Babel, Gn 11..
  3. Dios elije a Abraham: Llamada Gn 12. Una promesa, tierra y descendencia; un pueblo depositario de todas las promesas de Dios a los hombres y un Dios. Gn 17. Abraham, nuestro Padre en la fe, Gn 22, el sacrificio de su hijo Isaac. Luego los hijos Esaú y Jacob, lo doce hijos, las doce tribus de Jacob…
  4. Un Pueblo, Israel, Ex. 1-40, pueblo salvado de Egipto, conducido por el desierto a la Tierra Prometida. Moisés. Una Ley, una Alianza, «Yo seré vuestro Dios, vosotros seréis mi pueblo».
  5. Los profetas. Dios muestra su salvación, ilumina sobre sus desviaciones, anuncia siempre su misericordia y su fidelidad. Anuncian la redención total de sus infidelidades, una salvación para toda la humanidad, un orden nuevo.
  6. Jesucristo, Plenitud de la revelación, el Hijo de Dios encarnado, revela plenamente a Dios, y su mensaje salvador. Él es Palabra Única e insuperable del Padre. En Cristo se culmina la revelación de Dios, aunque no está completamente explicitada, y será la Iglesia la que se encargará de comprender y enseñar gradualmente su contenido en el transcurso de los siglos.

La transmisión de la Revelación Divina

Dios quiso que lo que se había revelado para la salvación de todos los pueblos, se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades. DV, 7.

La Tradición apostólica:

La Predicación apostólica: el Evangelio fue transmitido, desde el principio por los apóstoles. Al principio, oralmente: con su predicación, su ejemplo, sus instituciones, predicaron el Evangelio, como fuente de verdad salvadora y norma de conducta .

Luego por escrito: los mismos apóstoles y otros de su generación fueron poniendo por escrito el mensaje de salvación inspirados por el Espíritu Santo.

Continuada por la sucesión apostólica: los apóstoles, nombraron sucesores, que mantuvieran la transmisión continua del Evangelio así como la fidelidad al mismo. Es la Tradición, que asistida por el espíritu, mediante el culto, la enseñanza y la vida, transmite a todas las edades, el evangelio, lo que es y lo que se cree.

Relación entre la tradición y la Sagrada Escritura:

Tienen ambas una fuente común, El Espíritu Santo, y un mismo fin, hacer presente y fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo.

La Sagrada Escritura es Palabra de Dios, revelada, inspirada por el Espíritu Santo. La Tradición, recibe la Palabra de Dios y transmite de forma íntegra dicha revelación iluminada por el Espíritu de la verdad. De ambas, recibe la Iglesia lo que debe transmitir e interpretar de la Revelación.

Ambas constituyen el Depósito de la fe.

La Interpretación del depósito de la fe:

Confiado en su totalidad a la Iglesia. Toda la Iglesia, pastores y fieles cristianos unidos, deben perseverar y profesar la fe recibida; celebrar, custodiar y transmitir el depósito de la fe.

El Magisterio de la Iglesia:

Compuesto por los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el Obispo de Roma. Tiene el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral y escrita. El Magisterio no está por encima de la Palabra, sino a su servicio, para enseñar, puramente lo transmitido, custodiarlo y explicarlo fielmente, siempre asistido por la acción del Espíritu.

Los fieles deben de recibir con docilidad las enseñanzas y directrices de los pastores.

Los Dogmas de la fe:

Ejerciendo la autoridad recibida de Cristo, el Magisterio propone de forma obligada al pueblo cristiano la adhesión a unas verdades de fe, contenidas en la revelación o unidas a ella con un vínculo necesario.

Existe un vínculo orgánico entre nuestra vida espiritual y los dogmas de fe. Los dogmas son luces para caminar en la fe. Si vivimos rectamente, estamos abiertos a acoger los dogmas.

La vinculación y coherencia entre los dogmas, aparece en el conjunto de toda la revelación; existe orden y jerarquía entre los dogmas.

Sentido sobrenatural de la fe:

Todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad revelada, pues están asistidos por el espíritu.

Nunca la totalidad de los fieles se puede equivocar en la fe, lo que se manifiesta cuando toda la Iglesia está totalmente de acuerdo en cuestiones dogmáticas.

El sentido de la verdad, sostiene y suscita este sentido de la fe; el pueblo de Dios, bajo la guía del magisterio, se adhiere a la fe recibida.

El crecimiento en la inteligencia de la fe:

Por la asistencia del Espíritu Santo, la inteligencia de las verdades reveladas como del depósito de la fe, puede crecer en el seno de toda la Iglesia, y en cada uno de sus miembros.

  1. Cuando los fieles contemplan y estudian estas verdades, meditándolas y rezándolas en su corazón.
  2. Cuando los fieles van comprendiendo internamente los misterios que van viviendo.
  3. Cuando las proclaman los obispos asistidos por el espíritu, y acordes a la Verdad revelada.


El hombre es capaz de Dios, y vías de conocimiento de Dios

El Hombre es capaz de Dios:

Catecismo de la Iglesia Católica, números del 26 al 49.

El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios. Dios No cesa de atraer al hombre hacia Él, y solo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar. “Nos hiciste Señor para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” S. Agustín.

Los hombres han buscado y siguen buscando a Dios, esto se expresa de múltiples formas, creencias y comportamientos religiosos; a pesar de las ambigüedades que puedan mostrar diferentes formas de expresión, todas muestran que el hombre es un ser religioso.

Pero también, y actualmente lo vemos más patente, el Hombre parece olvidar, desconocer e incluso rechazar su necesidad de Dios; tales actitudes pueden tener sus orígenes en el mal que se hace presente en el mundo, la ignorancia, la indiferencia religiosa, los afanes del mundo, las riquezas, el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes de pensamiento hostiles a la religión, y la actitud del pecador que, por miedo, se oculta de Dios y huye de su llamada.

Si el hombre puede rechazar u olvidar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre, a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero ante esta búsqueda se exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, “un corazón recto” y también el testimonio de otros que reenseñen a buscar a Dios.
Además, el Hombre tiene que ser iluminado por la revelación de Dios, sin la cual no tendrá acceso a la plena comprensión de las verdades religiosas y morales

Vías de acceso al conocimiento de Dios

El Hombre, que se siente llamado a conocer a Dios, descubre “vías” para acceder al conocimiento de Dios; son “pruebas de la existencia de Dios”, no en el sentido de pruebas de ciencias naturales, sino de argumentos convergentes y convincentes que permiten expresar la verdad de la existencia de Dios.

EL MUNDO: Sacramento de Dios: Dios está presente en todas las realidades creadas que tienen su huella, son signo de su grandeza y poder. Toda la creación nos habla del amor de Dios, de su proyecto de salvación para toda la humanidad.

El HOMBRE: Con su apertura a la verdad y a la belleza, su sentido del bien moral, con su libertad, con su aspiración de infinito y a la dicha, se abre a Dios y a su existencia.
Dios se revela, se da a conocer a los creyentes,
dado que estos necesitan ser iluminados
para poder conocer las verdades religiosas y morales sin mezcla de error

LA HISTORIA DE ISRAEL: el proyecto de salvación de Dios a los hombres comenzó con la elección de un pueblo, donde reveló su plan salvador. Lo vivido por Israel es medio para ir conociendo y descubriendo a Dios en su historia; los acontecimientos, y situaciones iluminaron el carácter salvador, liberador y misericordioso de Dios.

LA BIBLIA: PALABRA DE DIOS: En la Biblia, los creyentes nos encontramos con un Dios que nos habla y se comunica, nos muestra quien es y nos ayuda a interpretar la vida según su designio de amor.

JESÚS DE NAZARET, sacramento del Padre: Dios se hace hombre, para darse a conocer plenamente al hombre, mostrándose como sacramento vivo de Dios. En Jesús, verdadero Dios y Hombre, sus palabras y acciones son signos que revelan al Padre y expresión salvadora de Dios.

SIGNOS DE LA PRESENCIA SALVADORA: el nacimiento, el bautismo, la predicación, perdón de los pecados, expulsión de los demonios, curación de los enfermos liberación del mal, comidas con los pecadores y marginados, el envío de los discípulos. Jesús hace presente la misericordia salvadora de Dios.

LA IGLESIA: es sacramento de Cristo, hace presente en el mundo la acción salvadora de Cristo, continua su obra salvífica. Es presencia visible de Cristo que sigue actuando por medio de su Iglesia.

EL CRISTIANO: sacramento de Cristo; por su unión a Cristo en el bautismo, cada bautizado es templo del Espíritu. Su vida debe ser expresión de la vida en Cristo, llevando a los hombres el amor y la misericordia que han recibido de Cristo.

¿Cómo hablar de Dios?

El Hombre tiene posibilidad de hablar de Dios, pero siempre en el marco de su limitación, como lo es su limitación sobre el conocimiento mismo de Dios.

No podemos sino referirnos a Dios a través de las criaturas y según nuestro modo humano, imperfecto, limitado de sentir, conocer y amar. Hablar de Dios respetando que no podemos “tomar en vano” su Nombre, que no podremos llegar a comprenderlo del todo, pues ya no sería Dios; debemos respetar el misterio de Dios que se revela como Amor.