Hoja parroquial, número 53. Septiembre 2019. Rincón social.
Desde El Carpio, donde nació, a San Sebastián o Almadén, María Sainz Mora, ha trazado una vida pegada a la Iglesia, su refugio y destino permanente. Era muy pequeña cuando rezaba el rosario para su parroquia y ahora, tras diecisiete años vinculada a San Andrés, no ha dejado de servir a su comunidad en múltiples tareas: es la persona que inicia los cantos en la misa dominical de familia, la que ha impartido catequesis durante años y la que está cerca y arropa a muchos de nuestros mayores.
En plena madurez espiritual, María reconoce que su “objetivo es que mi fe siga creciendo” y reconoce que para eso “mi cursillo de cristiandad ha sido una gran experiencia, de las mejores de mi vida”. Así, explica que aunque su cercanía a Dios ha sido una constante, desde su estancia en la casa de San Pablo “noto la presencia del Señor y cuando pido su ayuda tengo la certeza de que Él soluciona mis problemas…así lo sé, porque lo siento”, asegura rotundamente. Para ella el tesoro de la fe no tiene medida y sostiene que “mi fe se potenció mucho durante su cursillo, desde entonces siento a Dios más cercano”. A raíz del cursillo aumentó su confianza en Él porque “el Señor siempre hace las cosas por un bien para nosotros; el Señor te capacita”.
Su gratitud hacia Dios se transforma en su debilidad hacia los mayores y los niños, de hecho terminó estudios de Magisterio, aunque nunca llegó a ejercer como profesora por la movilidad laboral de su marido, con el que fundó una familia junto a sus dos hijos hace treinta y ocho años. A ellos ha dedicado toda su capacidad pedagógica para hacerle entender el misterio del amor de Dios, algo que sus hijos les han devuelto siendo jóvenes con sólidos valores. Los ancianos están muy presentes en su vida porque su indefensión los convierte para ella en seres especiales a los que se desvive por ayudar, a veces, ofreciendo su compañía y acompañamiento a los más mayores de nuestra comunidad.
En San Andrés ha encontrado una parroquia donde se siente “como en casa” y desde aquí es capaz de transmitir su agradecimiento a Dios por todo lo vivido. María es capaz de dar gracias en la adversidad y también en el esplendor de un paisaje marino durante sus vacaciones, donde ve la mano del creador. En esta comunicación constante con Dios, María pide “desde que pongo los pies en el suelo” que le ayude a no pecar y como respuesta encuentra “paz” porque, según explica, “solo me van las cosas bien cuando estoy cerca de Jesucristo”. En sus oraciones siempre tiene presente a los enfermos y como penitencia ofrece cada Domingo de Ramos el procesionar vestida de mantilla tras la Virgen de la Esperanza, una experiencia que visualiza todo el año y que entiende como un ofrecimiento basado en la gratitud .
A sus personas más queridas sabe transmitir cada día “la felicidad y paz” que ella experimenta en su relación con Dios y busca maneras de atraer a la fe a quienes no han conocido todavía a Jesús. En medio de cada eucaristía o en los momentos de adoración al Santísimo reconoce la capacidad del amor de Dios al transformar situaciones cotidianas.